Tengo 56 años y estoy rota. Por dentro, por fuera, por todos lados… porque soy alcohólica. Lo digo así porque ya estoy cansada de esconderlo, de poner excusas, de mentirme y de mentir a todas las personas a las que quiero.
Me he pasado la vida intentando parecer normal, como si no pasara nada, como si tuviera todo bajo control… pero la verdad es que hace años que lo perdí todo. Primero la alegría, luego la dignidad… y poco a poco, casi sin darme cuenta, a mí misma.
Empecé a beber cuando era muy joven
La primera vez que bebí fue con 18 años. Mi madre acababa de morir. Para mí, ella era todo. Mi madre era la única persona que me entendía, que me abrazaba sin juzgarme, que me escuchaba de verdad. Cuando se fue, sentí como si alguien me hubiera arrancado la mitad del cuerpo. Era una tristeza tan grande que no cabía en mí. Me dolía hasta respirar. Nadie me enseñó qué hacer con ese dolor.
Un día, una amiga me ofreció un poco de vino y yo me lo bebí de un trago. Me sentí un poco mareada, un poco flotando. Pero por unos minutos, no lloré. No pensé en mamá. No sentí nada. Y eso, en ese momento, me pareció un alivio. Fue como apagar un incendio con gasolina. Porque lo que parecía una solución… se convirtió en mi peor pesadilla.
No era solo por el duelo
Sé que muchas personas pierden a seres queridos y no acaban así. Pero yo llevaba ya mucho tiempo sintiéndome fuera de lugar. Quería hacer otras cosas con mi vida. Quería pintar, viajar, subirme a un tren sola y perderme en algún sitio. Quería irme al monte, sin avisar a nadie, sin dar explicaciones. Pero no, la vida no fue así. Me casé joven, tuve hijos, trabajé donde pude. Hice lo que tocaba hacer, por mí y por mi familia…
Y no me malinterpretes. Amo a mi famili y amo a mis hijos con toda el alma. Pero no estoy viviendo la vida que yo soñé. Y eso, con los años, también duele.
Y cuando una ya viene herida, ese dolor se va colando por todos lados.
Al principio no parecía grave
Al principio, era una copa de vino en la comida. Luego otra por la tarde. Luego me servía una mientras cocinaba. Luego ya no cocinaba, pero la copa seguía ahí. Más tarde pasé al whisky. Al vodka. A lo que hubiera.
Durante años, lo disfrazaba de normalidad. Me decía: “Todo el mundo bebe”. Pero yo bebía a escondidas. Me levantaba por la noche a tomar un trago. Me metía en el baño con la botella. Inventaba excusas para ir a la tienda a por más. Empecé a esconder botellas en los cajones, detrás del armario, en el coche.
Llegó el momento en que perdí el control
Hace dos años empecé a beber colonias. Alcohol del baño. Cualquier cosa. No me enorgullece decir esto. De hecho, me avergüenza muchísimo, pero también sé que no soy la única. Cuando una llega a ese punto, no es porque quiera, es porque no puede más, porque el cuerpo te lo pide con una fuerza tan brutal que ignorarlo hace más daño que hacerlo.
Hay días en los que me despierto con temblores, con un sudor frío que me empapa el cuerpo. Y solo se calma si bebo. Es como si estuviera poseída. No me importa si tengo que robar una botella, si tengo que beber lo que haya en el armario del baño. Me importa sobrevivir a ese día.
El mono es un infierno
Lo he intentado dejar. Muchas veces. Algunas por mi cuenta. Dejaba de beber uno, dos días. Y al tercero ya estaba con fiebre, con vómitos, con unas pesadillas horribles, oyendo voces, viendo cosas raras. Una vez, incluso me caí y me rompí una costilla por las convulsiones. Me llevaron al hospital. Me dijeron que si seguía así, no llegaba a los 60.
Intenté dejarlo en casa, tapada con mantas, con caldos, con mi hija al lado llorando y sujetándome la mano. Pero no pude, era como si mi cuerpo se estuviera muriendo sin alcohol. El mono es real, no solo son “ganas de beber”. Es un dolor físico, es miedo, es un abismo negro en el que te caes y no sabes si vas a volver a salir.
He tocado fondo mil veces
He mentido. He robado dinero de mi propio bolso, del de mi pareja, para comprar más alcohol. Me he quedado dormida en la cocina con el horno encendido. Me he meado encima. Me he despertado en el suelo, sin recordar cómo llegué ahí. Mis hijos me han mirado con esa mezcla de pena y rabia que me parte el alma. He dicho cosas horribles. He prometido miles de veces que “esta es la última”. Y luego he vuelto a fallar.
Me he alejado de gente que me quería. He perdido amistades. He dejado de pintar, de escribir, de soñar. Me he convertido en una sombra de lo que era. A veces ni me reconozco en el espejo.
Pero no me quiero morir así
A pesar de todo, sigo aquí, y quiero salir. Lo digo con miedo, porque sé lo difícil que es, pero también lo digo con ganas. No quiero morirme así. No quiero que mi historia acabe en una cama de hospital, o sola en el suelo de un baño.
Quiero volver a caminar por el monte. Quiero volver a tocar un pincel. Quiero despertarme un día sin temblores. Quiero mirar a mis hijos a los ojos sin agachar la cabeza. Quiero reírme de verdad. Quiero vivir.
Y para eso, tengo que dejar de beber. No hay otra.
He buscado ayuda
Lo estoy intentando. Esta vez, de verdad. He hablado con una psicóloga y me ha dicho que no estoy sola, que esto tiene nombre y que hay tratamiento, que hay gente que ha salido de esto. He buscado grupos de ayuda. He ido a reuniones. La primera vez, no pude ni hablar. Solo lloré. Pero me sentí acompañada. Escuché a mujeres que habían pasado por lo mismo. Algunas peor. Y ahí estaban, vivas. Luchando. Llenas de cicatrices, sí. Pero también de fuerza.
Estoy empezando un tratamiento médico. Me están controlando el síndrome de abstinencia. Me dan medicamentos para que no me dé un ataque. Me están vigilando el hígado. He perdido peso. Estoy débil. Pero estoy decidida.
También descubrí, investigando, que existen coachs especializados en adicciones. Rememberthenow, una coach que también fue alcohólica y que, por lo tanto, es capaz de entender por lo que estoy pasando, me dijo que “no debía avergonzarme, que lo que me está pasando lo viven cientos de personas al día, y se puede salir”.
He contactado con una coach especializada en adicciones. Hablamos por videollamada una vez por semana. Me hace preguntas difíciles. Me obliga a mirar hacia dentro. A veces me dan ganas de colgar, pero aguanto.
No es fácil, pero es posible
Hay días en los que me siento bien. Otros en los que quiero salir corriendo a por una botella. Pero me repito a mí misma que un día más sin beber es un día más viva. Es un paso más hacia mí. Me abrazo cuando lloro. Me perdono cuando fallo. Me levanto aunque me cueste. Y escribo. Como ahora. Porque escribir esto también es una forma de sanarme.
No estoy curada. No sé si alguna vez lo estaré del todo. Pero sé que no estoy sola. Y sé que si tú estás leyendo esto y te sientes como yo, tampoco estás sola.
¿Cómo salir de esto?
No hay una receta mágica, ¡ojalá! Pero hay pasos, y yo los estoy siguiendo. Por si te sirve, por si tú también estás luchando, te dejo lo que a mí me está ayudando:
- Admitirlo. Decirme “soy alcohólica” fue lo más duro. Pero fue el primer paso real.
- Pedir ayuda profesional. Psicólogos, médicos, terapeutas… hay mucha gente que sabe cómo acompañarte.
- Buscar grupos de apoyo. Escuchar a otros me hizo sentir menos monstruo. Menos sola.
- Evitar el alcohol por completo. No basta con “beber menos”. En mi caso, es cero o todo.
- Hacer cosas que me conecten conmigo. Pintar, escribir, caminar. Aunque sea poco. Aunque no tenga ganas.
- Rodearme de personas que me quieren de verdad. Aunque a veces no sepa demostrarles lo agradecida que estoy.
No siempre se puede sola. Y no pasa nada por admitirlo. A veces, lo más valiente es levantar la mano y decir: No puedo más.
Sigo teniendo miedo
Sí, tengo miedo. Miedo de recaer, de perder esta batalla, de volver a mirar a mis hijos con vergüenza, de no poder cumplir lo que me estoy prometiendo hoy… pero más miedo me da seguir igual y morirme así.
O peor aún: seguir viva sin estarlo…
Si has llegado hasta aquí
Gracias. No sé quién eres, pero gracias por leerme. Tal vez te parezco una desconocida, o tal vez también te parezco familiar. Tal vez tú también estás luchando, o conoces a alguien que lo está.
Solo quiero decirte que hay salida, que, por muy oscuro que esté todo ahora, hay un hilo de luz. A veces borroso, pero existe. Yo lo estoy buscando y, si tú también estás en ese camino, aunque sea arrastrándote, no estás solo.
Hoy no he bebido. Y eso, para mí… ya es un milagro.