Lo que os voy a contar ahora son de esas historias que si se llevan al cine o una serie arrasan. Historias humanas que te hacen pensar que, pese a todo, el mundo todavía tiene solución.
Habían sido muchos años de espera. Pero casi 20 años después volví a estar con mis amigos Susan y Mark. Nos habíamos conocido en un intercambio universitario en Nueva York cuando todavía éramos muy jóvenes. Unos tiempos muy bonitos que ya no volverán por desgracia.
Desde entonces nunca habíamos perdido el contacto, aunque es cierto que al principio fue por carta. Menuda ilusión nos hacía recibirla. Luego llegó el email, luego el wasap y por fin, en la pandemia, hasta videollamadas. ¡Y pasaron 20 años sin volver a vernos en persona!
Por eso, cuando los vi bajar del tren en Córdoba, con esas sonrisas nerviosas y los brazos abiertos, sentí que el tiempo volvía a mí.
La estampa era la típica de guiris. Susan miraba todo con asombro, las fachadas encaladas, las flores que colgaban de los balcones. Mark cargaba con su enorme mochila, resoplando, pero no dejaba de repetir lo “listo” que estaba para descubrirlo todo.
Decidí llevarlos directamente al corazón de la ciudad: los patios cordobeses. ¡Qué caras de sorpresa pusieron! Las macetas de geranios y claveles les fascinaron, los pozos antiguos eran la leche y la luz se filtraba de una manera casi mágica. Susan no paraba de sacar fotos, y yo me sentía orgullosa de mostrarles algo tan nuestro. La verdad es que siempre me gustó hacer de anfitrión de mi tierra.
Por supuesto que comimos los platos más típicos de mi ciudad. Las berenjenas en miel es algo que siempre gusta, aunque por supuesto, el plato estrella es el salmorejo. La verdad es que en días de calor es lo mejor que puede haber.
Ya por la tarde, quise llevarlos, como no, a la Mezquita-Catedral. Sabía que aquello los dejaría sin palabras. Y así fue. Susan se quedó paralizada ante los arcos rojos y blancos, mientras Mark avanzaba despacio, con la cabeza alta, casi en estado de trance. Me emocionó verlos tan conmovidos. ¡Es que realmente no hay lugar en el mundo como ese! Yo misma, aunque lo haya visitado mil veces, siempre siento un escalofrío al entrar.
Por la noche
Pero lo mejor aún estaba por venir. Les había prometido una sorpresa para la noche: un tablao flamenco. No tenían ni idea de lo que se iban a encontrar, y yo disfrutaba guardando el secreto.
No era un tablao flamenco normal, quise que se llevaran la mejor de las experiencias y por eso les llevé al Tablao Flamenco El Pañuelo. Allí cada noche, y me pongo un poco pedante, se llena de pasión y arte, ofreciendo una experiencia única que fusiona tradición y emoción. Es decir, lo que toda persona que le gusta el flamenco tiene que vivir una vez en su vida.
El murmullo del público cesó de golpe cuando la guitarra lanzó la primera nota. Y luego, la voz del cantaor, rota y poderosa, llenó todo el espacio. Sentí un nudo en la garganta, y al mirar a mis amigos comprendí que ellos también. “No puede ser verdad”, exclamó mi amiga. Una frase que me hizo gracia y que luego la repetimos toda la noche.
Y lo mejor estaba por llegar. Entonces apareció la bailaora, vestida de rojo, con una presencia que lo llenaba todo. Levantó los brazos, golpeó el suelo con los tacones y comenzó a bailar como un torbellino.
Sus pies parecían relámpagos, sus manos dibujaban figuras en el aire, y sus ojos estaban clavados en un punto invisible que contenía toda la intensidad del mundo. El público aplaudía, gritaba “¡Olé!”, acompañaba con palmas, y la emoción crecía como una ola imparable. Sí, mis amigos ya habían conocido el autñentico sentimiento flamenco, no lo que algunos artistas intentan hacer ahora con sus músicas modernas.
Susan rompió el silencio con voz emocionada. Sí, estaba llorando. La verdad es que aquel viaje había superado todas sus expectativas, era como abrir una puerta a otra dimensión. Mark lo confirmó, no era solo música, era la vida misma puesta en un escenario. Tantos años después el reencuentro había merecido la pena.
Y sí, ahora me toca a mí devolver la visita a Estados Unidos, aunque estoy seguro que lo que me encuentre allí no podrá tener comparación a lo que hemos vivido en este tablao flamenco.